La escuela lancasteriana en Morón - Historia de Morón

TITULOS

AQUI Y AHORA

HISTORIA DEL PARTIDO DE MORON

viernes, 24 de septiembre de 2021

La escuela lancasteriana en Morón

 La escuela que funcionó en el poblado de Morón hacia 1815 dejó de hacerlo entre finales de esa década y principios de la década siguiente.  El agotamiento del erario público causado por las luchas con los realistas, seguido por el estallido de la guerra con los caudillos del Litoral, dejaron al partido sin enseñanza elemental hasta el gobierno de Martín Rodríguez.  Pero a partir de 1821 hubo un nuevo intento de escolarizar a la población infantil de la provincia mediante la implantación del llamado método de enseñanza mutua, mejor conocido como método lancasteriano.  El mismo había sido ideado por el maestro cuáquero Joseph Lancaster para educar a los niños de las barriadas pobres de Londres, aunque paralelamente fue experimentado en las ciudades de la India británica por el clérigo anglicano Andrew Bell.  Una sociedad misionera de origen inglés, encabezada por James Thompson, lo difundió en el Río de la Plata.

En líneas generales, se trataba de instruir a los alumnos más aventajados para que estos bajaran esos conocimientos a sus compañeros bajo la supervisión de un preceptor.  En las primeras horas de clase, éste se reunía con sus discípulos sobresalientes y los instruía sobre los contenidos de las diferentes materias.  Más tarde, esos niños asumían el papel de asistentes o monitores, reuniendo al resto de los alumnos en grupos pequeños para enseñarles la lección del día, mientras que aquel se ubicaba en una tarima, desde donde controlaba el normal desarrollo de las tareas llamando la atención de los indisciplinados por medio de una campanilla.  El método lancasteriano resultaba bastante conveniente si se tiene en cuenta la crónica escasez de personal docente, por lo que fue adoptado en los establecimientos de enseñanza elemental bajo el impulso de la máxima autoridad educativa de la provincia, el rector de la Universidad de Buenos Aires, Antonio Sáenz, que se hallaba a la cabeza del sistema escolar.

A instancias de Sáenz, el ministro Bernardino Rivadavia aprobó en 1822 la apertura de varias escuelas, entre las que se encontraban las de la villa de Morón, la Ensenada de Barragán, San Nicolás de los Arroyos y San Fernando.  El primer maestro de la escuela lancasteriana de nuestro partido fue Manuel Bayllo, que asumió el 26 de abril de aquel año, y pocos meses mas tarde estaba a cargo de medio centenar de alumnos.  Este elevó varios reclamos debido al escaso sueldo y a la necesidad de un ayudante, pero al parecer no obtuvo respuesta y se vio obligado a renunciar.  En septiembre de 1824 su cargo se encontraba vacante y Rivadavia propuso para ocuparlo a Vicente Moro Díaz, del que afirmaba que era poseedor de "las cualidades necesarias para desempeñar a satisfacción este ejercicio".  Manuel García, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, prestó su conformidad.

Moro Díaz no tardó en verse enfrentado con la Junta Protectora de Escuelas del partido, dominada por el párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Buen Viaje, León Porcel de Peralta, cuyo conservadurismo recalcitrante tropezó con el temperamento independiente y altanero del nuevo preceptor.  Las Juntas Protectoras de Escuelas habían sido impuestas en los poblados rurales por el cabildo de Buenos Aires, pero cuando este cuerpo municipal fue suprimido el rector Sáenz prefirió no disolverlas, pues las consideraba una herramienta efectiva "para que los maestros no abandonasen fácilmente el cumplimiento de sus deberes".  Las dotó, eso sí, de un reglamento para que se rigieran, y dictaminó que estarían en adelante compuestas por el juez territorial, el cura párroco y uno o dos vecinos respetables del partido, que lo pondrían regularmente al tanto "sobre la conducta y desempeño de los maestros, necesidades de útiles, conveniencia de mudar de casa y otros particulares que consideren exigir la adopción de alguna nueva medida".

El párroco veía con extrema desconfianza la imposición del método lancasteriano, al que seguramente no diferenciaba de las otras medidas anticlericales impuestas por Rivadavia.  La Junta Protectora, instigada por aquel, pretendió que Moro Díaz se presentase ante ella para informar sobre "las instrucciones que tenga, ya en orden al sistema de Lancaster, ya las demás particularidades en orden al régimen interior que debe observar".  El preceptor respondió en una nota lacónica que se oponía a que se examinase su dominio del manual de Lancaster, pues lo conocía muy bien, y agregaba con sorna que "si los señores de la Junta precisan proveerse de un ejemplar, el Superior Gobierno las tiene puestas a venta pública en el archivo de la Universidad por el precio de un peso, lo mismo que me costó las que tengo para mi uso, y que se las vendo, bajo inteligencia que me será fácil proveerme de otras".  La Junta Protectora reprendió al maestro por la altivez de su respuesta y por negarse a exponer ante sus miembros el método que utilizaba para enseñar, y le aconsejó que en adelante se condujera con más moderación al expresarse.  Pero Moro Díaz, con soberbia aún mayor, se limitó a contestarle que no daría mayores explicaciones hasta que el Superior Gobierno le hiciera entender que esta corporación tenía facultades para darle órdenes.

Las partes enfrentadas, lejanas a reconciliarse, se abocaron a persuadir al rector Sáenz de sus razones.  El párroco atribuyó al preceptor supuestos maltratos a sus alumnos: "el maestro, infringiendo el mandato del Gobierno que prohíbe todo castigo aflictivo e ignominioso, traspasa los límites que le están señalados, estropeando las manos de los niños, azotándolos con disciplina (aunque sobre las ropas) pero de un modo torpe, poniéndolos en el patio de la escuela a la expectación de los que pasan por la plaza, y autorizando a los demás niños a que hagan toda especie de burla a los que han sufrido aquel castigo".  Y unos días mas tarde refería en otra carta que "el preceptor de la escuela traspasa los límites en el castigo de los niños, a Félix Rodríguez hizo unas ampollas en una mano y estropeó el dedo pulgar de la otra, a un liberto de don Benito Villegas dio con la palmeta en la cabeza, a un tal Gorosito castigó con la disciplina indistintamente por todo el cuerpo e hirió cerca de un ojo, a Francisco Rodríguez y Francisco de la Vega puso en la puerta de la escuela con las planas pegadas a la frente para que fuesen vistos por todos los que pasasen por la plaza, todo lo que pongo a consideración de la Junta para su deliberación.  Mas como el preceptor desde que arribó a ésta ha esparcido por todas partes que viene autorizado para castigar y despedir de la escuela a los que faltasen a ella tres ocasiones, de aquí es que la Junta le pidió las instrucciones a lo que respondió tan descomedido".




No hay comentarios:

Publicar un comentario